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Apuntado por el DOGE en redes sociales: los talibanes acabaron con la paz de su familia

Nota publicada originalmente en ProPublica.

[Traducción resumen del artículo original]

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Lo destacado:

        Errores: la gente del DOGE expuso un sensible programa financiado por EE.UU. en Afganistán, y falsamente sugirió que un contratista estaba involucrado en una misión ilícita.

        Consecuencias: Cuando el DOGE dio a conocer esto, el servicio de inteligencia talibán actuó en Kabul.

        Pelea: El académico afgano a quien DOGE expuso hoy pelea por limpiar su nombre. Su familia se vio obligada a huir del país.

En la mañana del 1 de abril Mohammad Halimi, académico afgano exiliado de 53 años, recibió un desesperado mensaje de su hijo: el nombre de Halimi acababa de aparecer en n posteo viral en X, y lo había compartido el dueño del sitio, el hombre más rico del mundo: Elon Musk.

Pensó que era una broma [el 1 de abril es el Día de los Inocentes]. Musk estaba a cargo del Departamento de Eficiencia del Gobierno y Halimi trabajaba por contrato en el Instituto de la Paz de EE.UU. (USIP, sus siglas en inglés), una organización sin fines de lucro financiada por el Congreso que promueve la resolución de conflictos en el mundo, incluyendo su nativo Afganistán.

Pero no era una broma. El posteo de Musk era real, visto 222 millones de seguidores y replicado por la prensa local.

“Instituto de la Paz financia a talibanes”, decía el posteo, y nombraba a Halimi como “ex miembro de los talibanes”, mencionando los pagos que recibía el instituto. Los comentarios lo llamaban terrorista, y hasta hubo felicitaciones de una congresista de Georgia felicitando a Musk por el descubrimiento.

Halimi no entendía nada. Su contrato de U$132.000 con el USIP no era tan importante, y el gobierno sabía que él no era enemigo de EE.UU. Sí, había trabajado para el gobierno talibán que gobernaba Afganistán en la década de 1990 pero después del 11/9 había cambiado de bando, y hasta trabajó para el gobierno afgano apoyado por EE.UU., dando información a oficiales de inteligencia y líderes militares estadounidenses.

En el primer gobierno de Trump Halimi formaba parte de un equipo de consejeros para las difíciles conversaciones diplomáticas con los talibanes, incluyendo garantías para la salvaguarda de soldados estadounidenses.

Halimi había aparecido en los medios como ardiente crítico de los talibanes, acusándoles de desviarse de los principios del Islam. Por eso era presa fácil y los talibanes intentaron asesinarlo por traidor al menos tres veces. El gobierno de EE.UU. sabía de los peligros que había enfrentado, y por poco logró huir de Afganistán antes de que el gobierno respaldado por EE.UU. cayera en manos de los talibanes. Desde entonces, su vida era tranquila, buscando que sus parientes en su país de origen estuvieran a salvo.

Su trabajo en el USIP no apoyaba a los talibanes, sino todo lo contrario.

ProPublica investigó, y descubrió que Musk y su equipo del DOGE tendrían que haber sabido todo esto. Y que entre otras tareas, Halimi trabajaba en un programa que recogía información en el terreno sobre las condiciones de vida de las mujeres afganas, a las que se les niega el derecho a estudiar más allá de la escuela primaria, entre otras cosas.

Musk y su equipo pusieron en peligro a Halimi, a sus colegas, y a sus familiares que permanecían en Afganistán. Ni la Casa Blanca ni Musk respondieron al pedido de que comentaran.

A varios funcionarios del Departamento de Estado se les advirtió el peligro en que el DOGE había puesto a la familia de Halimi. Pero en ese momento el equipo de Musk quería controlar el USIP: era un traidor extranjero, corrupto y que a veces financiaba a los enemigos de EE.UU.

Finalmente, había ganado el DOGE. Pero Musk al poco tiempo renunció ya que había peleado con Trump. El control del DOGE sobre diferentes áreas del gobierno causó caos y confusión. Pero a Halimi lo pusieron en un riesgo mucho mayor.

A poco de hablar con su hijo Halimi comenzó a recibir mensajes de amenaza, y los más terribles eran de los talibanes, que le acusaban de ser ladrón y traidor, lo que significa una sentencia de muerte en su país. “Mi familia corre gran peligro”, pensaba Halimi.

Después de una semana, sus peores temores se concretaron. En Kabul, los agentes de inteligencia de los talibanes allanaron las casas de sus parientes y detuvieron a tres personas, a quienes vendaron los ojos, echaron en camionetas 4×4, y llevaron a una prisión remota. Estuvieron incomunicados durante días, y los golpeaban e interrogaban sobre Halimi y su ambigua tarea para los EE.UU.

El relato de los golpes se basa en entrevistas con personas que conocen los hechos. ProPublica no entrevistó a fuentes de Afganistán, un país donde la gente es arrestada a veces solo por hablar contra el gobierno.

El principal vocero del Emirato Islámico de Afganistán dijo que Halimi no era importante para ellos, y que no había una investigación criminal en su contra.

Halimi se sentía impotente, y trataba de ser fuerte aunque sabía por experiencia propia que la situación empeoraría. “No le mostraba mi pánico a mi familia”, le dijo a ProPublica, en una entrevista con traductor.

Desesperado, quiso comunicarse con sus jefes en Washington, pero ahora el DOGE tenía como presidente a un hombre de 28 años que había abandonado la universidad y que reemplazaba al veterano del Departamento de Estado George E Moose.

Halimi y sus seres queridos estaban solos, y esperaban que todo pasara lo antes posible. Pero Musk y el DOGE siguieron con su campaña contra el USIP y Halimi. En mayo, el DOGE invitó a Jesse Watters de Fox News a filmar una de sus reuniones. El equipo estuvo en la TV en el prime time, hablando de historias de guerra y el fraude que habían sacado a la luz y de los burócratas inútiles que habían despedido.

El DOGE, además, casi había cerrado del todo la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional, y en el Departamento de Educación, recortaron cientos de millones de dólares del presupuesto del brazo interno de investigación que brinda resultados sobre el desempeño en las escuelas públicas.

El DOGE había estado anunciando los cientos de contratos que había cancelado para ahorrar dinero, y la Casa Blanca defendía la precisión con que se hacían los recortes, entre los que se contaban informes que no eran del todo fidedignos, como el de un distrito escolar de Utah que había utilizado fondos educativos para enviar a los maestros a una conferencia en el hotel Caesars, pero fueron acusados de financiar una fiesta, un casino y un hotel de Las Vegas.

Musk dijo en esa reunión que su trabajo había hallado que lo que se hacía en el Instituto por la Paz era “lo contrario a lo que decía el título”.  Un colaborador dijo que habían hallado documentos que mostraban que se efectuaban pagos a un contratista relacionado con los talibanes. Un vocero de Fox News dijo que ProPublica intentaba insertar a Fox News en esta historia a pesar de reconocer que no había participado de la identificación del contratista independiente.  Se afirmó también que el presidente había ordenado desmantelar el USIP “que incluye el contrato con el ex miembro de los talibanes Mohammad Qasem Halimi”, y que la mayoría de los estadounidenses no querrían que el gobierno federal financiara a ex miembros de los talibanes. Lo de “ex miembro de los talibanes” se perdió en los posteos de redes sociales y las noticias. Un posteo afirmaba que el USIP había financiado a múltiples organizaciones terroristas.

Sin embargo, el informe de ProPublica mostraba que se le habían enviado registros internos del USIP al DOGE, detallando las tareas de Halimi: cuentas, descripción de proyectos, fechas y horarios de lo que Halimi hacía en días determinados. ProPublica obtuvo registros del USIP y no encontró pagos a los talibanes. Gran parte de la tarea de Halimi era consultoría sobre política externa, con consejos al Departamento de Estado para que los diplomáticos estadounidense pudieran entender la dinámica religiosa y a la sociedad civil de Afganistán. Aconsejaba además sobre los problemas de la mujer en el Islam, algo que conocía personalmente y también, profesionalmente. Su hermana había sido asesinada por el esposo en un acto de violencia doméstica. También Halimi recordaba a Mary Akrami, defensora de los derechos de las afganas que había inaugurado el primer refugio para mujeres después de la caída de los talibanes.

En una entrevista, Akrami había dicho de Halimi que “fue uno de quienes más nos apoyó, un académico religioso de mente abierta como pocos”.

Halimi se desempeñó en puestos de alto perfil en el gobierno respaldado por los EE.UU.: investigador de la Suprema Corte, vocero del consejo religioso nacional, consejero del consejo de seguridad nacional, y ministro de asuntos religiosos y hajj, bajo el último presidente democráticamente electo Ashraf Ghani.

Después de la entrevista de Fox News, la vida de Halimi se complicó. Para la primavera los talibanes ya habían liberado a sus aterrados parientes, pero dejaron en claro que esperaban que Halimi admitiera públicamente que era espía para los EE.UU. No tenía opciones, porque admitirlo significaría que su familia nunca volvería a estar a salvo, pero si se negaba, estarían bajo constante presión.

Halimi había huido del país cuatro años antes cuando el gobierno respaldado por EE.UU. para el que trabajaba cayó por la rápida avanzada militar de los talibanes. Un clérigo talibán lo había señalado como apóstata y traidor al Islam, y no tenía posibilidad de que lo incluyeran en el ofrecimiento de aministía de los talibanes (el voceo talibán le dijo a ProPublica que Halimi era libre de regresar a Afganistán).

Era una situación muy difícil y el gobierno de EE.UU. lo sabía. Un operativo de la CIA se había puesto en contacto con Halimi, y lo dirigió hacia un vuelo de evacuación. Se hizo pasar por conductor de ambulancia y su sobrino se hizo pasar por enfermero. Así evadieron los muchos puntos de inspección de los talibanes hasta llegar a la base aérea de Bagram, controlada por EE.UU.

“Nunca lloré tanto como esa noche en que abandoné mi país”, le dijo a ProPublica. “Pero no tenía otra alternativa”.

Halimi ya había vivido en el exilio. Cuando tenía 7 años su madre lo llevó a él y a sus seis hermanos y hermanas a Pakistán para huir de la guerra civil posterior a la invasión soviética. “Mi madre me decía que Afganistán había sido un lugar pacífico. Pero yo no tengo recuerdos de eso”.

El padre de Halimi era imam en una aldea rural afgana y había muerto cuando Halimi era pequeño. Con sus hermanos pasó su niñez en una tienda del otro lado de la frontera, en un campo para refugiados. Desde el aula con suelo de tierra, Halimi logró conseguir una beca para estudiar leyes islámicas en Egipto. En Cairo, conoció estudiantes de muchos otros países, y cambió. Empezó a ver el mundo de manera diferente, con curiosidad por otras culturas e interés en otros idiomas. Cuando regresó a su país, un grupo de estudiantes religiosos conservadores se habían convertido en luchadores rebeldes y dominaban la guerra civil de Afganistán, consolidando su poder sobre la capital. Eran los talibanes.

Halimi consiguió un puesto en el gobierno para tratar con diplomáticos extranjeros. No creía en la ideología talibán pero “era el único empleo bueno que podía conseguir”, con sus credenciales académicas y sus aspiraciones políticas.

Con la invasión estadounidense que derrocó al gobierno talibán, se inició una guerra. El gobierno de Bush ordenó la detención de muchos talibanes, entre los que se contaba Halimi. El trato fue brutal, y estaba siempre con esposas en manos y pies, excepto cuando usaba el baño. Pero logró aprender inglés, y entenderse con sus captores.

A algunos líderes talibanes los enviaron a Guantánamo, pero Halimi era un burócrata casi desconocido y formó parte de un grupo que eventualmente liberaron. Algunas personas se registraron para unirse al gobierno respaldado por EE.UU., ya que su experiencia podía aprovecharse para que Washington y sus aliados locales se comunicaran con los talibanes.

Durante el conflicto, las comunidades estadounidenses estuvieron bajo tremenda presión, aunque sabían muy poco sobre su supuesto enemigo. Tras dos décadas de intervención estadounidense en la región, y miles de muertos civiles, los grupos talibanes lograron resurgir.

Cuando a finales de 2021 se retiraron de Afganistán las fuerzas de EE.UU., Halimi también se fue. Su país había sido arrasado por las guerras, y él había logrado sobrevivir, pero ya no tenía un lugar allí.

En el DOGE, uno de los líderes de equipo, Cavanaugh, se encargaba de evaluar y supervisar los recortes de presupuesto en varios programas internacionales con financiamiento federal, como la Fundación Interamericana y la Fundación para el Desarrollo africano o el Fondo Nacional para las Humanidades, pero en el USIP, Cavanaugh encontró resistencia. El instituto había sido creado por el presidente Ronald Reagan, y aunque era financiado con impuestos, no se trataba de una agencia gubernamental.. El instituto tiene algo de capacidad para operar detrás de escena y establecer relaciones con figuras que están en el centro de conflictos complejos, como Mohammad Halimi.

En 20223, por ejemplo, el personal del USIP contribuyó a un cese del fuego entre rebeldes islámicos y el gobierno de Filipinas. En 2024 la fundación Heritage publicó un informe donde afirmaba que el USIP se había convertido en una institución controlada por los demócratas, a pesar de que siempre había contado con apoyo de ambos partidos.

Cavanaugh y otros funcionarios del DOGE quisieron entrar en el USIP para tomar control, pero el ingreso le fue impedido por el jefe de seguridad. Cavanaugh volvió a intentarlo, acompañado de dos agentes del FBI, pero el jefe de seguridad volvió a impedir su ingreso porque no creía que el  DOGE tenía que cerrar el USIP, creado por el Congreso como entidad independiente.

Finalmente, el fiscal general interino exigió desde Washington que se permitiera al DOGE ingresar al  USIP. Ya dentro del edificio, el equipo de Cavanaugh despidió a casi todo el personal, incluyendo a más de 100 que trabajaban en el extranjero. Cerraron las oficinas de Pakistán, Nigeria y El Salvador, y el equipo ubicado en Libia temió por su seguridad y debieron huir por la frontera, sin ayuda. Cavanaugh y su gente cancelaron más de 700 contratos en 12 días.

Han pasado meses desde el fatídico retuiteo de Musk, pero Halimi sigue recogiendo los pedazos rotos de su vida, intentando encontrar respuestas. Solía codearse con diplomáticos y generales estadounidenses, pero ahora nadie del gobierno de Trump habla con él. Le mostró a ProPublica una carta que recibió de Stephen Hadley, ex consejero de seguridad nacional de EE.UU. bajo George W. Bush, donde le agradecía sus aportes a la “promoción de la democracia” en Afganistán.

Ex funcionarios del Departamento de Estado, de la Casa Blanca, y de seguridad nacional, que trabajaron en el tema de Afganistán durante las últimas dos décadas, dijeron que el ataque del gobierno de Trump contra Halimi no solo es absurdo sino también peligroso.

Un ex funcionario del Departamento de Estado que trabajó con Halimi dijo que  “él quería lo mismo que el gobierno de Trump”: poner fin a la guerra y que haya paz.

En cuanto al académico afgano, los talibanes han permitido que varios miembros de su familia salgan del país. ProPublica no revela cómo sucedió ni dónde están para proteger su seguridad. Pero están varados, sin calificación migratoria.

Las operaciones del USIP han quedado congeladas. Sus instalaciones están bajo control federal. A fines de julio se nombró a un nuevo presidente interino, Darren Beattie, quien era profesor universitario y escribía los discursos de Trump hasta 2018, cuando lo despidieron porque habló en una conferencia a la que asistían nacionalistas blancos. Beattie considera que “es un honor que me ataquen los de la extrema izquierda”.

Defendió el trato del gobierno para con Halimi, y dijo que el control del USIP “subraya la determinación del presidente Trump de poner fin al uso del gobierno como arma, recortando financiamiento a los adversarios y cerrando programas que se llaman esfuerzos por la paz pero que ponen en peligro nuestra seguridad nacional”.

Halimi sigue sin trabajo. No sabe cómo mantendrá a su esposa e hijos, o si podrá limpiar su nombre. Espera que como mínimo el gobierno de Trump admita el error que tanto dolor ha causado a su familia. En una de las últimas entrevistas con ProPublica, Hamili pidió algo: una entrevista con Musk.

“¿Por qué uno de los hombres más ricos del mundo cometería tal injusticia? A veces pienso que si Elon Musk tuviera toda la información, lo más probable es que sintiera vergüenza”.

 

Diseño y desarrollo por Allen Tan.

Este artículo ha sido traducido de Gizmodo US por Lucas Handley. Aquí podrás encontrar la versión original.

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