Cada vez más niños tienen contacto con contenidos para los que no están preparados. Desde escenas de violencia explícita hasta material pornográfico, los especialistas advierten que la exposición temprana genera impactos difíciles de procesar.
El psicólogo Alejandro Schujman es tajante: “Hay chicos de siete años que ya tuvieron contacto con pornografía y no pueden procesar lo que ven. La hipererotización temprana conlleva riesgos enormes”. La psicóloga Maritchu Seitún, especialista en orientación a padres, coincide: “Cuando los chicos ven algo que los desborda, lo repiten. No están preparados para entenderlo, por eso vuelven a mirarlo o a compartirlo”.
Para el filósofo y teólogo Juan Pablo Berra, la clave está en reforzar la comunicación: “Un hijo necesita sentir que, en ese instante, es lo más importante. Escuchar con los ojos, no solo con los oídos, es lo que cambia la dinámica”.
Límites que organizan y cuidan

Aunque la palabra “límite” suele tener mala prensa, los especialistas recuerdan que no se trata de castigos sino de marcos de cuidado. Seitún explica que los niños necesitan adultos presentes que acompañen y marquen reglas claras, adaptadas a cada etapa:
- Primera infancia: sin contraseñas compartidas, rutinas estables y adultos como modelo.
- Primaria: reglas explícitas de horarios y tiempos de pantalla, con recordatorios externos que hagan más fácil la transición.
- Secundaria: coherencia de los padres, como dejar el móvil fuera del cuarto a la hora de dormir.
- Adolescencia: promover la autonomía, pero con acuerdos familiares sobre tiempos y espacios.
Para Schujman, los padres deben asumir que poner límites genera enojo, pero también seguridad: “El grito no educa, educa el marco sostenido con humor y amor. El límite es cuidado, no penitencia”.
La trampa del “like” y la validación externa

Las redes sociales ofrecen a los adolescentes una fuente constante de validación externa. Según Schujman, “los likes representan la aprobación del afuera y fomentan la comparación permanente”. Esto, advierte, genera un terreno fértil para la baja autoestima y la frustración.
La solución, sostiene, pasa por equilibrar la mirada: “El 90% de lo que decimos a nuestros hijos es corrección o reto. Necesitamos dar más reconocimiento. A los chicos les importa la mirada adulta, incluso más de lo que parece”.
Recuperar los vínculos frente a la hiperconexión
Berra recuerda que la calidad de los vínculos es el factor más determinante para una vida plena. “No somos padres malos, somos padres distraídos”, apunta. Para él, la empatía se traduce en acciones concretas: mirar al hijo cuando habla, no interrumpir, aprovechar los momentos espontáneos para conectar y hacer preguntas que abran el diálogo, como: “¿Qué estás necesitando de mí?”.
En otros países, como Dinamarca, la empatía se enseña en las escuelas como una materia. Berra cree que ese modelo puede replicarse en la familia: “No alcanza con hablar de empatía, hay que practicarla. Escuchar transforma”.
[Fuente: La Nación]