El placer de escuchar

Durante años soñamos con tener un robot como en las películas. Ahora las empresas están empeñadas en hacerlo realidad aún no sabiendo para qué

Un robot que recoge la ropa, pone la lavadora y hasta carga el lavavajillas. Durante décadas fue una fantasía reservada a la ciencia ficción. Hoy, compañías como Figure AI o Tesla aseguran que está a punto de hacerse realidad. El futuro del hogar, dicen, caminará sobre dos piernas.

La idea vuelve a fascinar al público y a los inversores. En vídeos promocionales, los robots se mueven con una coordinación casi humana, abren puertas, levantan cajas y hasta bailan. Pero la pregunta que muchos se hacen no es si podrán hacerlo, sino por qué querríamos que lo hicieran.

Las empresas que quieren un robot en cada casa

Durante años soñamos con tener un robot como en las películas. Ahora las empresas están empeñadas en hacerlo realidad
© Unsplash – Xu Haiwei.

Figure AI, con sede en California, lidera esta nueva fiebre. Su modelo Figure 03 promete ser un “mayordomo robótico” capaz de encargarse de casi todas las tareas del hogar. La empresa, valorada en más de 39.000 millones de dólares, cuenta con inversores como NVIDIA, Intel, Microsoft y Jeff Bezos, y planea fabricar más de 12.000 unidades al año.

No está sola. Tesla también insiste en su proyecto Optimus, un robot que —según Elon Musk— costará menos que un coche y se convertirá en el nuevo compañero doméstico. Aunque de momento lo hemos visto mover un huevo sin romperlo, Musk asegura que en cinco o seis años cualquiera podrá tener uno en casa.

Desde Noruega, 1X Technologies avanza con el Neo Gamma, un modelo cubierto de materiales suaves y capaz de interactuar con humanos. Su meta es fabricar 100.000 robots en 2027 y “millones más en 2028”. Detrás de la empresa están OpenAI y el fondo EQT, lo que la convierte en una de las apuestas más serias del sector.

En paralelo, China acelera por otro camino. Empresas como Unitree Robotics y Deep Robotics, parte del grupo conocido como los Six Little Dragons, trabajan en robots que bailan, boxean y cargan objetos pesados. El modelo Unitree G1 ya se vende por 16.000 dólares, mientras el más avanzado, H1, cuesta más de 130.000 euros.

Entre la fascinación y la duda

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© Unsplash – Getty.

La obsesión por los robots humanoides no convence a todos. Rodney Brooks, cofundador de iRobot, los considera una fantasía cara e ineficiente: mantenerse en pie gasta demasiada energía, y recrear la destreza de una mano humana es casi imposible. Otros ingenieros, como Ehsan Saffari, argumentan que no tiene sentido diseñar un robot con forma humana para tareas que ya resolvimos con electrodomésticos especializados.

“Imaginen que, en lugar de inventar la lavadora, hubiéramos construido un robot que lavara la ropa a mano”, resume Saffari. La frase ilustra la paradoja: cuanto más tratamos de imitar al ser humano, más ineficiente se vuelve la máquina.

La cuestión de la empatía (y del precio)

Durante años soñamos con tener un robot como en las películas. Ahora las empresas están empeñadas en hacerlo realidad
© Shutterstock / Tatiana Shepeleva.

Aun así, hay razones emocionales detrás de esta fiebre. Los estudios muestran que tendemos a empatizar más con robots que se parecen a nosotros. Verlos con rostro y extremidades nos hace tratarlos como compañeros, no como objetos. Pero cuando se vuelven demasiado realistas, ocurre lo contrario: aparece el famoso “valle inquietante”, esa sensación de incomodidad ante algo que es casi humano, pero no del todo.

El otro gran obstáculo es el precio. Ninguna de estas empresas ha revelado cifras concretas, y eso suele ser mala señal. Hoy, incluso los modelos más básicos cuestan más que un coche, lo que deja claro que esta promesa está pensada —por ahora— para unos pocos.

Un sueño nacido en la ciencia ficción

Quizás la verdad sea que esta obsesión no es tecnológica, sino cultural. Crecimos con Yo, Robot, Ex Machina o Her, soñando con una inteligencia que se pareciera a la nuestra. Y ahora las empresas compiten por vendernos esa ilusión: un reflejo de carne sintética y cables que camine, hable y limpie.

Puede que en unos años convivamos con ellos. O puede que, como tantas veces, el futuro sea menos espectacular de lo que imaginamos. Después de todo, la perfección doméstica quizá no venga de un robot con rostro, sino de máquinas invisibles que trabajen sin pedir atención.

Por ahora, el mayor misterio sigue siendo el mismo: ¿queremos ayudantes, o queremos espejos?

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