Durante años, Amazon presumió de ser la empresa más eficiente del planeta. Hoy sabemos cuánto cuesta llevar esa eficiencia al extremo: 30 centavos por artículo vendido y 600.000 empleados menos en el futuro.
Según documentos filtrados a The New York Times, la compañía planea automatizar el 75 % de sus operaciones globales antes de 2030, una decisión que podría redefinir no solo su modelo logístico, sino también la naturaleza misma del trabajo humano dentro de la empresa.
Robots que no duermen, no protestan y cuestan menos

Los cálculos internos de Amazon son tan fríos como precisos: por cada producto vendido, los nuevos sistemas robóticos permiten ahorrar 30 centavos de dólar.
Ese ahorro acumulado, proyectado sobre los miles de millones de artículos que circulan por sus centros, equivale a 12.600 millones de dólares en dos años.
El precio humano de esa ecuación es otro: 160.000 empleos menos en Estados Unidos y 600.000 contrataciones que nunca ocurrirán. La compañía lo llama “optimización”; los economistas, “revolución silenciosa del trabajo automatizado”.
El laboratorio de Shreveport: donde los humanos ya sobran
En 2023, Amazon inauguró su almacén más avanzado en Shreveport (Luisiana). Allí, los robots no son asistentes: son los protagonistas. Cuando un pedido se confirma, las máquinas lo gestionan de principio a fin sin que manos humanas lo toquen.
El resultado: funciona con un 25 % menos de personal. Los documentos filtrados indican que, incrementando la flota robótica, el número de empleados podría reducirse a la mitad. Amazon planea replicar el modelo de Shreveport en 40 centros logísticos antes de 2027.
Y lo más inquietante: ya tiene un millón de robots en activo. Cada uno trabaja sin pausas, sin turnos, sin descansos. Cada uno vale menos que el salario de un operario, y más que cualquier huelga.
El canario en la mina laboral

La estrategia no nació de la nada. En 2012, Amazon compró por 775 millones de dólares la empresa Kiva Systems, especializada en robots móviles para mover estanterías. Aquella inversión se consideró visionaria. Hoy, se revela como el primer paso hacia un futuro sin humanos en los pasillos.
“Nadie más tiene tanto incentivo para automatizar como Amazon”, dijo el economista Daron Acemoglu, premio Nobel en 2024. “Cuando ellos descubran cómo hacerlo rentable, el resto del mercado seguirá sus pasos”.
El mensaje es claro: Amazon no solo está creando su propio ejército robótico. Está diseñando el modelo que todos los gigantes logísticos copiarán.
Los nuevos trabajadores de Amazon: los que programan y reparan
En el nuevo ecosistema de la empresa, los empleos no desaparecen del todo: cambian de naturaleza. Los documentos mencionan que, en el centro de Shreveport, 160 personas trabajan en programación y mantenimiento de robots, con salarios iniciales de 24,45 dólares por hora.
En contraste, los operarios tradicionales ganan 19,50 dólares. Es decir: Amazon ya no busca brazos, busca cerebros. El futuro de su fuerza laboral está reservado para ingenieros, técnicos y especialistas en inteligencia artificial. El resto, literalmente, sobra.
Amazon responde, pero no desmiente

Ante la filtración, la portavoz Kelly Nantel declaró a The Verge: “Los documentos filtrados suelen ofrecer una imagen incompleta y engañosa de nuestros planes”.
Añadió que la empresa sigue contratando personal temporal para la temporada navideña —250.000 puestos—, aunque no aclaró qué proporción de esos empleos desaparecerá tras la automatización de nuevos centros.
Un futuro que ya empezó
Amazon no está experimentando: ya está probando cómo prescindir de humanos sin perder velocidad ni rentabilidad. Sus robots no piden aumentos, no enferman, no reclaman vacaciones. Y cada artículo vendido por 30 centavos menos acerca un poco más la visión de un almacén completamente automatizado.
Quizá, dentro de una década, las cajas marrones seguirán llegando a nuestras puertas como siempre. Solo que detrás de cada envío, ya no habrá un trabajador con un chaleco amarillo, sino un enjambre silencioso de máquinas cumpliendo el pedido con precisión milimétrica. El futuro del comercio podría costar apenas unos centavos.
Pero su precio real —el humano— sigue sin calcularse.