El placer de escuchar

En la guerra de las tierras raras, un país europeo está dispuesto a entregar el futuro de su economía a China para mantener el abastecimiento

Durante años, las advertencias fueron claras: China no solo quería dominar los mercados de materias primas, sino también los puntos de control del conocimiento industrial global. Hoy, esas previsiones se han materializado. Las nuevas reglas impuestas por Pekín exigen a las empresas extranjeras —que dependen de las llamadas tierras raras— rellenar formularios con un nivel de detalle sin precedentes: fotografías de los productos, diagramas de ensamblaje, listas de clientes, volúmenes de producción y previsiones de ventas a tres años.

A simple vista, parece un trámite burocrático. En realidad, se trata de un trasvase masivo de inteligencia industrial hacia el gobierno chino. Con esa información, Pekín puede reconstruir con precisión quién depende de quién, qué sectores no tienen margen de maniobra y dónde un simple retraso en una licencia podría paralizar una industria entera.

Una relación sin salida

Tierras Raras
© Peggy Greb, US department of agriculture, Public domain, via Wikimedia Commons

Las empresas afectadas aceptan las condiciones sin rechistar, por una razón sencilla: el 95% del suministro mundial de tierras raras procede de China. Negarse a cumplir con las nuevas reglas equivaldría a detener la producción. Además, las licencias de exportación chinas deben renovarse cada seis meses, lo que transforma la dependencia material en una obediencia periódica.

El problema va más allá del comercio. Si Estados Unidos utilizó en su día la dependencia tecnológica de China como un arma diplomática, Pekín ha aprendido la lección y ahora usa su dominio en materiales críticos como herramienta de presión sobre las economías occidentales.

Un país atrapado entre la industria y la política

El caso más paradigmático es el de Alemania, la economía más industrializada de Europa y, a la vez, una de las más expuestas. Su modelo exportador —basado en la maquinaria, la automoción y la energía verde— depende en gran medida de los minerales y componentes que solo China puede suministrar.

Esa dependencia ha llevado a una situación paradójica: Pekín conoce mejor la anatomía industrial alemana que el propio Berlín. Mientras las autoridades chinas recopilan datos exhaustivos gracias a los formularios de importación, el gobierno alemán ni siquiera logra obtener la misma información de sus propias empresas. Los cuestionarios oficiales quedaron sin respuesta, y cualquier intento de imponer transparencia choca con la promesa política de reducir la burocracia.

De la cooperación al chantaje velado

No es un metal ni un mineral estratégico: es soja, y está redefiniendo la guerra fría comercial entre China, EE.UU. y Argentina
© X / @cubadebatecu.

El resultado es una asimetría informativa y estratégica. China, armada con los datos de producción y las dependencias cruzadas, puede aplicar una coerción “quirúrgica”: no necesita cortar suministros, solo ralentizar licencias o condicionar renovaciones para presionar a sectores concretos.

La situación recuerda a lo que algunos analistas llaman el Second China Shock: el cambio de China de socio comercial a competidor directo. La sobrecapacidad china en automóviles eléctricos, baterías y paneles solares está empujando los precios a la baja, erosionando los márgenes de la industria alemana y forzando recortes y deslocalizaciones.

Ahora, además de enfrentarse a esa competencia desleal, Alemania sufre la otra cara del problema: depender de los minerales controlados por el mismo país que le arrebata cuota de mercado.

Un futuro hipotecado

Los think tanks europeos coinciden: el país que un día lideró el modelo exportador continental ha caído en una pinza perfecta. Por un lado, los productos chinos inundan los mercados internacionales; por otro, los materiales esenciales para fabricar los suyos están monopolizados por el mismo proveedor.

Controlar las tierras raras no solo significa tener el grifo, sino también el mapa de las tuberías y las válvulas. Y mientras China condiciona cada renovación de licencia a una nueva entrega de datos, Europa —y en especial Alemania— paga una y otra vez el privilegio de seguir dependiendo de su rival.

La lección es clara: quien retrasa la diversificación no reduce el riesgo, solo lo traslada al futuro. Y ese futuro, cada vez más, parece estar escrito en mandarín.

[Fuente: Xataka]

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