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Europa quiere encender su propio Sol. Dentro del ITER, el reactor que podría cambiar para siempre el destino energético del planeta

En el corazón del sur de Francia, rodeado de colinas tranquilas y campos de lavanda, se levanta una estructura que parece salida de la ciencia ficción. Allí, bajo un enjambre de grúas y acero, Europa intenta lo impensable: crear un Sol en la Tierra.

El proyecto se llama ITER —Reactor Termonuclear Experimental Internacional—, y promete lo que ninguna otra tecnología ha conseguido: una energía limpia, inagotable y más poderosa que cualquier fuente conocida.

Si el ITER tiene éxito, el mundo podría abandonar los combustibles fósiles para siempre. Pero antes, los científicos deben domesticar el fuego de las estrellas.

El sueño de fabricar una estrella

El proyecto más ambicioso del siglo. Europa intenta crear un Sol en la Tierra para alcanzar la energía infinita del futuro
© ITER Organization.

Todo comenzó con una idea tan antigua como la física moderna: replicar la fusión nuclear, el proceso que hace brillar al Sol. En lugar de dividir átomos, como hacen las centrales de fisión, la fusión los une, liberando una cantidad colosal de energía. Para conseguirlo, hay que hacer chocar dos núcleos de hidrógeno ligero, pero eso solo ocurre a temperaturas imposibles: más de 150 millones de grados Celsius, diez veces más caliente que el corazón solar.

El reto no es solo alcanzar ese calor, sino confinarlo sin tocarlo, porque ningún material conocido puede resistir semejante temperatura. Ahí entra en juego una máquina casi mística: el Tokamak, un anillo metálico en forma de donut donde el plasma —una sopa de partículas cargadas— flota suspendido en el vacío gracias a campos magnéticos tan potentes que necesitan enfriarse a −269 °C, apenas cuatro grados por encima del cero absoluto.

Dentro de esa “dona” magnética, la materia se comporta como una estrella en miniatura.

Un proyecto del tamaño de una civilización

El ITER no pertenece a un país, sino a la humanidad entera. Treinta y cinco naciones, entre ellas los miembros de la Unión Europea, China, Japón, India, Rusia y los Estados Unidos, trabajan codo a codo en una de las colaboraciones científicas más ambiciosas de la historia.

Más de 10.000 científicos e ingenieros coordinan un rompecabezas global de piezas fabricadas en continentes distintos: imanes en Japón, estructuras en Italia, componentes criogénicos en España, sistemas de vacío en Alemania. Cada pieza es ensamblada con una precisión de milésimas de milímetro, porque cualquier desviación podría arruinar años de trabajo.

Desde 2011, los investigadores de la Universidad de Durham han probado más de 5.500 muestras de cables superconductores, realizando 13.000 mediciones para garantizar que cada hebra resista las fuerzas magnéticas del reactor.

“ITER es más que una máquina”, dijo un ingeniero del proyecto. “Es un testimonio de lo que el ser humano puede construir cuando decide mirar hacia el mismo horizonte.”

Una estrella en el sur de Francia

El proyecto más ambicioso del siglo. Europa intenta crear un Sol en la Tierra para alcanzar la energía infinita del futuro
© ITER Organization.

El lugar elegido no es casual: Cadarache, al sur de Francia, combina estabilidad geológica, clima templado y una historia ligada a la investigación nuclear.
Desde 2010, el paisaje rural se transformó en una ciudad científica donde se ensamblan los segmentos del Tokamak, algunos tan grandes como edificios de cinco pisos.

La obra avanza lentamente, con una precisión quirúrgica. Cuando el ITER entre en funcionamiento, contendrá más de un millón de componentes, 18 imanes principales de 17 metros de altura y una cámara de vacío de 23.000 toneladas. Todo para mantener un gas de hidrógeno flotando y girando a una velocidad cercana a la de la luz.

El objetivo: generar más energía de la que se utiliza para mantener la reacción, una hazaña que ningún experimento ha logrado de manera estable.

Europa lidera, el mundo observa

La Unión Europea encabeza el proyecto, aportando más del 45 % del financiamiento total, mientras que los demás países contribuyen con materiales, tecnología y personal especializado. España ha sido una pieza clave, no solo por su inversión —más de 60.000 millones de euros—, sino también por sus empresas de ingeniería, que diseñan y fabrican componentes para el reactor.

Pero el esfuerzo no se limita al ITER. El Reino Unido trabaja en su propio reactor experimental, STEP, con una inversión de 2.500 millones de libras, y varias compañías privadas respaldadas por Microsoft y Google ya han firmado contratos para suministrar electricidad de fusión antes de 2035.

El impacto tecnológico se siente incluso fuera del ámbito nuclear: los avances en superconductividad, robótica, criogenia y materiales resistentes al plasma están impulsando industrias enteras.

El fuego controlado del futuro

El proyecto más ambicioso del siglo. Europa intenta crear un Sol en la Tierra para alcanzar la energía infinita del futuro
© ITER Organization.

Si el ITER tiene éxito, demostrará que la fusión puede producir más energía de la que consume, lo que abriría la puerta a reactores comerciales capaces de alimentar ciudades enteras sin emitir carbono ni generar residuos radiactivos peligrosos. El combustible necesario —isótopos de hidrógeno extraídos del agua de mar y del litio— es prácticamente ilimitado.

Imaginemos un planeta donde una taza de agua pueda generar tanta energía como un barril de petróleo. Ese es el futuro que el ITER promete, aunque nadie sabe si la humanidad está lista para sostener una estrella entre sus manos.

Un Sol para el siglo XXI

Mientras el proyecto avanza, una idea flota sobre Cadarache: el Sol no será el único en el cosmos capaz de sostener su propio fuego. Europa apuesta todo en una carrera sin margen de error, consciente de que el éxito del ITER no solo cambiará la forma en que obtenemos energía, sino también la forma en que concebimos la cooperación global.

Porque si alguna vez los humanos logran encender una estrella en la Tierra, no será solo una victoria científica. Será el momento en que aprendamos a crear, sin destruir.

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