En las afueras de Puerto Tirol, un pequeño pueblo chaqueño, el cielo entregó un visitante inesperado. Un cilindro metálico, ennegrecido por el fuego, apareció en medio de un predio rural y alteró la calma de una tarde cualquiera. No era chatarra común: había viajado desde el espacio, resistido el abrasador reingreso y caído entero, como si desafiara las leyes de la física.
Lo que cayó del cielo

La pieza mide 1,70 metros de largo y 1,20 de diámetro. Su aspecto no dejó lugar a dudas para los expertos: se trata de un tanque presurizado de propelente, conocido en la jerga espacial como Composite Overwrapped Pressure Vessel (COPV). Estos recipientes, diseñados para soportar enormes presiones, suelen sobrevivir allí donde otras partes de los cohetes se desintegran. Chamuscado, deshilachado, pero entero: así apareció en Chaco.
Las primeras sospechas
La Sociedad de Astronomía del Caribe (SAC) fue la primera en identificarlo públicamente: parecía una pieza de vehículo espacial. Poco después, el reconocido rastreador Jonathan McDowell afinó la hipótesis. Todo apuntaba a la cuarta etapa de un cohete Jielong-3, lanzado por la empresa privada China Rocket un día antes desde una plataforma marítima.
El análisis de trayectorias confirmó la conexión. El cohete había despegado para poner en órbita doce satélites de la constelación Geely Future Mobility. Tras cumplir la misión, su última etapa orbitó brevemente antes de precipitarse sobre la Tierra. La desintegración fue visible en el cielo chaqueño… y el tanque, milagrosamente, sobrevivió al fuego.
De China al Chaco
La coincidencia temporal no dejó espacio para la duda. El lanzamiento de la misión Y8 del Jielong-3 ocurrió el miércoles a las 07:56 UTC; la reentrada se produjo al día siguiente, a las 9:00 UTC, justo cuando un resplandor atravesó el firmamento de la región. A quince kilómetros de Puerto Tirol, la pieza cayó como una advertencia silenciosa.
Una herencia incómoda

China carga con un historial polémico: cohetes estatales como el CZ-5B han dejado etapas de decenas de toneladas caer sin control, generando temor global. Aunque empresas privadas y agencias estatales trabajan para dotar a sus vehículos de sistemas de desorbitado, el problema persiste.
No se trata solo de China. El planeta entero enfrenta una crisis: la órbita baja es un vertedero creciente de basura espacial. Satélites muertos, fragmentos de cohetes, anillos, palés… Cada día, tres grandes piezas reingresan en la atmósfera. La mayoría se consume en el fuego. Pero algunas, como este tanque, llegan hasta el suelo.
Un futuro inevitable
Los incidentes en zonas habitadas se multiplican: fragmentos que atravesaron techos en Estados Unidos, piezas de SpaceX que cayeron en Polonia, anillos que aparecieron en Kenia. El azar todavía protege a la humanidad: la Tierra es vasta, mayormente agua y desiertos. Pero la estadística es inexorable: tarde o temprano, algo caerá donde no deba.
La ESA y otras agencias buscan imponer un compromiso de “cero residuos espaciales”. Sin embargo, la carrera espacial avanza más rápido que la regulación. Mientras tanto, los pueblos como Puerto Tirol se convierten en escenarios de lo improbable: el momento en que el cosmos recuerda que nada de lo que lanzamos allá arriba desaparece realmente.
Ese tanque chamuscado en Chaco no es solo un pedazo de metal. Es un recordatorio de que el cielo no siempre devuelve silencio. A veces, devuelve preguntas.