El placer de escuchar

Ya nadie duda de que hay una burbuja en la inteligencia artificial. Lo único incierto es si explotará con estruendo o si se desvanecerá en silencio

La inteligencia artificial ha alcanzado ese punto en el que hasta sus creadores dudan de su propia estabilidad. Sam Altman y Mark Zuckerberg —dos de los mayores impulsores del sector— lo reconocen: “Es bastante posible que haya una burbuja”. Lo dicen justo cuando las valoraciones de sus empresas, OpenAI y Meta, se disparan hasta niveles que rozan lo absurdo.

OpenAI, sin modelo de negocio sólido y con pérdidas proyectadas de 44.000 millones de dólares hasta 2029, alcanzó esta semana una valoración de 500.000 millones. Es la startup más valiosa de la historia. Pero también un espejo en el que se reflejan todos los síntomas de un fenómeno conocido: entusiasmo desmedido, inversión masiva y una sensación colectiva de que, esta vez, será diferente.

Los ecos de 1999

La gran burbuja de la inteligencia artificial. Silicon Valley revive su propia película de 1999 y nadie quiere admitir el final
© IA Actual.

Altman lo comparó con la burbuja de las puntocom: “Internet era real, pero la gente se entusiasmó demasiado”. Zuckerberg, más pragmático, lo llevó al terreno de la historia: cada ciclo de innovación —desde los ferrocarriles hasta la fibra óptica— pasa por una etapa de sobreinversión. Primero llega el exceso. Después, la ruina. Y, finalmente, el aprovechamiento de las sobras por quienes sobreviven.

La burbuja de las puntocom destruyó 5 billones de dólares en valor de mercado a comienzos de los 2000. Pero también construyó las autopistas digitales que hoy recorren Facebook, Google o Amazon. El riesgo no es que la inteligencia artificial desaparezca, sino que no todas las empresas saldrán vivas del proceso.

Startups sin producto, millones sin rumbo

La historia reciente, que cuenta eldiario.es, ya ofrece ejemplos que rozan la caricatura. Mira Murati, exdirectora de tecnología de OpenAI, recaudó 2.000 millones de dólares para su nueva startup, Thinking Machines, sin explicar claramente qué haría con ellos. Un inversor que asistió a la ronda lo resumió así: “Nos dijo que iba a crear la mejor empresa de IA, pero no podía responder a ninguna pregunta”.

El producto, Tinker, finalmente fue revelado: una herramienta para adaptar modelos existentes, pensada para investigadores. Ni revolucionaria ni lucrativa.
Es el tipo de inversión que define a una burbuja: proyectos inflados por la fe más que por los resultados.

Mientras tanto, un estudio del MIT confirmó lo que muchos sospechaban: el 95% de las empresas que implementan IA no han obtenido ningún retorno.
Solo los sectores tecnológico y de telecomunicaciones reportan beneficios medibles. El resto acumula pruebas piloto que terminan en carpetas olvidadas.

La alianza que huele a déjà vu

El caso más llamativo es el de OpenAI y Nvidia. La primera necesita chips para entrenar sus modelos; la segunda los vende y, además, invierte en la misma empresa que se los compra. Una rueda perfecta. O peligrosa. Altman defiende el acuerdo con una frase que suena profética y ominosa a la vez: “La infraestructura de computación será la base de la economía del futuro”.

Pero los veteranos de Wall Street lo miran con escepticismo. James Anderson, uno de los grandes inversores de la era puntocom, comparó la situación con las “financiaciones circulares” de 1999: los proveedores de telecomunicaciones se endeudaban para financiar a sus clientes, hasta que el castillo de naipes se desplomó.

Michael Spencer, analista especializado en economía de la IA, fue más tajante: “La burbuja de la IA ya muestra síntomas de un esquema Ponzi”. Según su lectura, OpenAI crea demanda, Nvidia se beneficia, reinvierte en OpenAI y el ciclo se alimenta a sí mismo, inflando a la vez las expectativas y el riesgo sistémico.

Las señales están todas ahí

La gran burbuja de la inteligencia artificial. Silicon Valley revive su propia película de 1999 y nadie quiere admitir el final
© Techno-Science.

El Deutsche Bank lo resumió esta semana con una frase que se volvió titular: “La burbuja de la IA ya estalló: la burbuja de decir que hay una burbuja.”

Su análisis advierte que, aunque el auge se desacelere, eso no implica una explosión inmediata. Las burbujas, recuerda, se inflan en oleadas: cada corrección da paso a una nueva euforia. Durante la era puntocom, el índice Nasdaq subió y cayó más de un 10% siete veces antes de su colapso final en 2000.

El paralelismo es inquietante. La IA generativa aún no demostró ser una tecnología de propósito general, como Internet o la electricidad, pero ya mueve miles de millones. El dinero fluye más rápido que la innovación. Y esa es la definición más precisa de una burbuja.

Quién sobrevivirá al estallido

Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal de EE.UU., se mostró preocupado: “Estados Unidos está experimentando una cantidad inusualmente grande de actividad económica gracias al desarrollo de la IA”. Pero el riesgo es evidente: siete compañías —Microsoft, Nvidia, Google, Meta, Apple, Amazon y Tesla— concentran un tercio del valor total del S&P 500. Si la burbuja estalla, el golpe será global.

Zuckerberg lo reconoce con frialdad estratégica: “No ser agresivo ahora puede ser más peligroso que serlo demasiado”. Altman, por su parte, confía en que la IA sea “lo más importante que ha pasado en mucho tiempo”. Ambos parecen saber que el juego no es evitar la explosión, sino asegurarse de estar de pie cuando el polvo se asiente.

El silencio antes del crujido

Toda burbuja tiene su fase de negación. Primero se ridiculiza la posibilidad. Luego se debate. Finalmente, se asume cuando ya es tarde. La de la inteligencia artificial, dicen los expertos, ya entró en su fase dos. El dinero sigue entrando. Los modelos siguen mejorando. Pero los retornos no llegan.

Y quizá no importe. Porque incluso si el aire se escapa, quedará lo esencial: la infraestructura, las herramientas, el conocimiento. Lo que viene después del estallido puede ser más valioso que la fiebre que lo precedió.

La pregunta, entonces, no es si explotará. La pregunta es a quién encontrará sin refugio cuando lo haga.

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